Pasó desapercibido uno de los anuncios que hizo el Ministro de Cultura hace unas semanas, que guardaba relación con la puesta en marcha, como proyecto piloto, de un bono cultural que permitiera acceder a gente de recursos escasos a eventos artísticos que en situaciones corrientes no podrían asistir. Independiente de si estamos de acuerdo o no con su implementación, lo que resulta llamativo es el hecho que marca de alguna forma la búsqueda de la solución a uno de los grandes problemas en materia cultural que afecta a nuestro país: la desigualdad de acceso a la cultura.
Como se señalaba en una columna anterior (ver columna), el porcentaje de participación de los sectores más desposeídos en eventos culturales, según un estudio del CNCA, es inferior al 20 por ciento en promedio. Si a esto le sumamos que el Estado financia aproximadamente el noventa por ciento de la producción artística en el país, nos damos cuenta que aquí hay un objetivo que no se está cumpliendo. Si comparamos el aporte del Estado en otras materias como economía, pobreza, etc. tendríamos que afirmar que hay un claro error de focalización de las políticas, ya que si se ha decidido que el Estado se involucre en la producción artística, también debe asegurarse que el acceso sea equitativo.
Esto se da en gran medida porque la gran mayoría de la producción de eventos artísticos se realiza en los sectores más acomodados. Las temporadas regulares de conciertos, las temporadas de teatro, las exposiciones, etc. se llevan a cabo en sectores más céntricos y en sectores acomodados, dejando a la periferia abandonada, esperando que sea la gente de estos sectores la que se acerque y asista. ¿Basta con esto? No, porque en muchas ocasiones los problemas de transporte, costos y distancias, impiden que participen. Es cierto que sea realizan actividades en comunas de escasos recursos, pero también hay que señalar que éstas son actividades de extensión y no actividades regulares que hagan a los vecinos participar de manera sostenida. Porque a la regularidad debe sumarse el hecho de que la frecuencia de realización deba ser alta y fija en horario, con el fin de que intente crear hábito en la ciudadanía. De nada sirve la visita de un conjunto de cámara una vez cada dos meses, ya que más que un evento, pasa a convertirse en anécdota cultural.
¿Por qué este problema no sale a la luz de manera más enfática? En gran medida porque no hay mediciones constantes sobre este aspecto. Los estudios de hábitos culturales tiene casi cinco años de separación uno de otro, y no se fijan con especial atención en este elemento. Fijan sus objetivos en la evolución y diversificación de la producción, más que en el tipo de asistencia o participación cultural de parte de la ciudadanía. Es cierto que no existe lo segundo sin lo primero, pero en los últimos años, a través del crecimiento de los fondos concursables, el artista ha pasado a ser más importante que el público, lo que provoca distorsiones graves, sobre todo considerando que es el Estado quien pone la mayor cantidad de dinero en la producción.
¿De qué manera arreglamos este problema? Sin lugar a dudas el bono cultural contribuye, pero no soluciona el problema de acceso en toda su envergadura. La solución puede pasar por tres elementos fundamentales que atacan el problema de distintas maneras.
En primer lugar, se debe empoderar a la municipalidad en el desarrollo de esta actividad. Muchas municipalidades tienen departamentos culturales, pero fijan fuertemente sus actividades y los pocos recursos que destinan a talleres y actividades de poco impacto. A través de recursos otorgados de manera eficiente, podría descentralizarse el sistema, no depender de la iniciativa de artistas que gane un fondo, y así gestionar temporadas regulares en distintos lugares de la comuna, generando instancias para recuperar el espacio público. Si no se logra recuperar el espacio comunitario, difícilmente la cultura podrá llegar a los vecinos y sus familias.
El segundo punto es tratar de diversificar los escenarios artísticos en las comunas de escasos recursos. Utilizando colegios, y centros comunitarios como escenarios pequeños, podría asegurarse un funcionamiento y un efecto de alto impacto debido a la fuerte circulación potencial que tienen.
Y el tercer punto, y quizás el fundamental, es el tema de los recursos. Y es aquí donde el Estado debe asegurar que parte de los dineros de los que dispone sean dirigidos a comunas de escasos recursos, licitando, por ejemplo, las temporadas regulares de conciertos a agrupaciones estables que se comprometan a realizar esta labores. De esta manera se asegura la participación de la ciudadanía y la existencia de eventos con frecuenta que fomenten la participación cultural. Se evitaría la dependencia de los fondos concursables y así se aseguraría una producción a largo plazo de actividad artística. Aquí, la asociación con instancias universitarias es fundamental. ¿Por qué? Porque la opción debe ser asesorada con cuerpos artísticos de calidad que permitan que lo que se entregue sea de un estándar de calidad y gran profesionalidad. ¿O por ser materia cultural debe ser menos serio? Si hacemos la analogía con otras reparticiones del Estado, claramente podemos afirmar que la colaboración es fundamental.
Y es en este último punto dónde puede experimentarse un financiamiento mixto, colocando incentivos para que la empresa privada colabore en actividades artísticas focalizadas, y no de cualquier índole. Esto con el fin de asegurar una participación y el acceso de los más pobres. De la misma manera que el Ministerio de Salud intenta asegurar el bienestar a toda la población y no sólo a los profesionales de la salud, el Ministerio de Cultura (o Consejo para ser exacto), debe asegurar la participación cultural a todos los chilenos y no sólo a los profesionales del arte. Esta es una distorsión que debe terminar, o por lo menos, disminuir.
Porque la desigualdad es muy grande y los crecimientos de los fondos no han ido en directa relación al crecimiento de la participación, sobre todo en sectores más desposeídos. Han esperado muchos años y ya es tiempo que las políticas culturales se focalicen, equilibrando la balanza tanto en la producción como en la participación. Porque la inequidad en nuestro país, no sólo es económica, si no que alcanza ribetes muchas más profundos de los que imaginamos.
Publicado en La Tercera Online:
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