jueves, 6 de agosto de 2009

Música Clásica, ¿existirá en cincuenta años más? (Publicado en La Tercera On Line)

Música Clásica. Curioso concepto, ¿no? Las definiciones sobre que es música clásica muchas veces tienden a generar más prejuicios que incentivos para escucharla. Y claramente, en el último tiempo, ha salido perjudicada, porque ha sido catalogada como una música para unos pocos entendidos, e incluso más allá, para gente mayor y poco jovial. No es casualidad que algunos académicos o gente ligada al mundo de los conservatorios la catalogue como música docta. Y justamente, en tiempos en que los teatros de ópera y música sinfónica realizan una serie de incentivos económicos para atraer al público joven a sus salas, cabe la necesidad de preguntarse si no es hora de atacar el problema de raíz, con el fin de convertir a la música clásica en una manifestación artística a la que todos sientan que pueden acceder.
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¿En qué momento la música clásica se parece más a un práctica arqueológica, digna de un museo que a una manifestación contemporánea? Quizás fueron muchos factores los que determinaron esta situación. Por un lado, dejó de practicarse en nuestras casas y en los colegios de manera seria. Actualmente, podemos encontrar talleres colectivos, pero está comprobado que la enseñanza del instrumento debe ser focalizada, ya que cada alumno posee virtudes y defectos propios, no asimilables al conjunto. También contribuye el hecho de que actualmente, salvo excepciones, es ejecutada con poca frecuencia, y en pocos teatros. Otro factor es que los conservatorios dejaron de fomentar la enseñanza de obras modernas, en una suerte de censura a las obras de menos de cincuenta años de antigüedad. Fue en los momentos en que el músico se centró en su ego, en su renuncia a la dimensión pedagógica de la disciplina artística, centrándose solamente en su rol virtuosístico, dejando de lado un repertorio contemporáneo de difícil audición pero que tiene absoluta relación con la realidad contemporánea, ya que es realizada por compositores de nuestro tiempo. Se debe también en la indiferencia a la llegada de nuevas tecnologías, en la indiferencia y desidia de preguntarse si tiene sentido la forma en como hacemos los conciertos; en el miedo a hablar sobre el escenario para explicar que es lo que tocamos, y cuál es su contexto y motivación. Y se debe fuertemente, a la indiferencia institucional de las Facultades de Arte hacia los profesores de música, despreocupándose de darles un formación correcta, dejando de lado la exigencia de ser una carrera universitaria y dejando de potenciar que los realmente interesados en enseñar hagan las clases, y no que músicos lo utilicen como una mera forma de sobrevivir, sin preocuparse de ver que no sólo los talentosos aprendan.
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No se puede negar que la música de tradición escrita es más compleja; sin embargo esto no le resta la posibilidad de que pueda ser apreciada por gente que no está ligada al mundo académico. El problema es que la cantidad de mitos en relación a ésta son tantos, que han creado una serie de prácticas que no tienen un real fundamento, determinando que la gente se aleje de los conciertos y de la práctica instrumental. Recuerdo una anécdota de un destacado director de orquesta chileno, en su curso de Apreciación Musical. Ante la pregunta de los estudiantes sobre cómo debían vestirse para ir a ver la Ópera al Municipal (si debían ir formales o no), la respuesta del profesor fue: lo único que necesitan es lavarse bien las orejas para escuchar mejor. Y es cierto, no se necesita más que eso. Obviamente, el conocer el libreto, las motivaciones del compositor, ayudarán, pero no son condiciones sine qua non para apreciar la música.
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Otro aspecto que se ha convertido en una práctica que tiende a incomodar al público es el cuando aplaudir. Una anécdota para ejemplificar. Estando en un concierto de un Trío de Música de Cámara, alguien al finalizar el primer concierto aplaudió, seguramente, admirado de lo que acababa de escuchar. Pero el violinista levantó su brazo e hizo un gesto imperativo, con gesto serio y ceño fruncido, de ¡momento!, que nos asustó a todos. ¿Cómo puede un auditor saber? ¿Qué hubiera pasado si es la primera vez que fue a un concierto? Quizás su enseñanza musical se basó en la flauta dulce de plástico, y en clases de música en el colegio en que le enseñaron todos los años lo mismo. No es forma de educar a la gente, ¿no?
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Y un tercer aspecto es el mito sobre el intérprete que no debe pronunciar palabra sobre el escenario, ni siquiera para anunciar el bis. Esto se debe a la incapacidad de ciertos intérpretes para explicar lo que se está tocando. Muchas veces el programa puede ser un elemento que ayuda a la comprensión, sin embargo en muchas ocasiones, no hay programa impreso. Y en otras el intérprete si habla, no se expresa de la manera adecuada.
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¿Cómo podemos cambiar el panorama? Porque por más incentivos económicos que pongamos, si el publico no conoce, o si no ve en el concierto una experiencia artística que lo interpele, difícilmente, logrará acercarse.
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¿Qué hacer? Quizás se puede mejorar en algunos aspectos claves, que ayudarían a fortalecer las audiencias de la música. Primero el como llamamos a los conciertos. Si decimos que son conciertos de música docta, no tendremos una respuesta muy adecuada. Si los nombramos como recitales de música clásica, no estaremos innovando. ¿Por qué no simplemente Música? Y la especificación estará dada por las obras y los compositores que se interpreten en cada ocasión. Segundo, la elección del programa, de acuerdo al posible público que asista a dicho concierto. Un repertorio variado dentro de los estilos que se propongan. Pero sobre todo un repertorio que sea explicado. ¿Cuántas veces no hay programas o solamente autores sin fecha de nacimiento, obras sin descripción, etc.?
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Y como gran objetivo a largo plazo, intentar que la música que se da en los colegios y, sobre todo, la práctica de ésta, sea preocupación de los intérpretes y de los conservatorios. Difícilmente, alumnos que no hayan escuchado a Bach, Beethoven, Debussy, Berio, etc., o que no hayan tocado obras suyas, decidirán ir a un concierto en el futuro. Y más aún si en la familia tampoco se escucha esta música.
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En síntesis, es urgente reenfocar la forma en como practicamos, enseñamos y damos a conocer la música. Si queremos que las obras que grandes hombres crearon siglos atrás se sigan escuchando, debemos refundar los cimientos de nuestra práctica. Si no, en 50 años, difícilmente, escucharemos obras de Bach, Beethoven, Ravel, o Berio, en vivo. Tendremos que visitar Internet y asistir a museos de “música clásica”, momento en que el término sí estará bien utilizado.
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Publicado en La Tercera Online:

http://blog.latercera.com/blog/nemilfork/entry/m%C3%BAsica_cl%C3%A1sica_existir%C3%A1_en_cincuenta

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